miércoles, 5 de marzo de 2008

Dreyer. Pasado y presente

El próximo 20 de marzo se cumplirán cuarenta años de la muerte del cineasta danés Carl Theodor Dreyer (1889-1968), considerado como una de las grandes figuras del cine europeo. Películas como Día de ira (Vredens Dag), La pasión de Juana de Arco, Gertrud, y sobretodo La palabra (Ordet), han pasado a la historia del séptimo arte, no solo por su indiscutible calidad, sino también porque en esa calidad había innovación.





Dreyer empezó su carrera como director antes de llegar a los treinta, des de entonces dedicó su vida al cine, utilizando a este como el vehiculo para expresar sus convicciones filosóficas entorno a la religión. Fe, pecado, castigo y redención son conceptos que están muy presentes en la mayoría de películas del danés. Ya en su primera realización destacable (de producción sueca) La mujer del párroco (1920), Dreyer tratará temas como la vejez y la juventud en el matrimonio, pero será en Día de ira (1943) cuando Dreyer realizará un aprofundimiento más sesudo de la moral. En ésta, Dreyer nos planta en un ambiente rural danés del siglo XVII, en que un párroco de avanzada edad, se casa con una joven mujer, Ann, después de quedar viudo.
Ann, es en un símbolo de la inocencia y de la vitalidad, quien despertará sensaciones bien diferentes a los demás personajes. La moral, la religión y la Inquisición pesan en el ambiente de una sociedad en que las personas como Ann no tienen cabida. El gran logro de Dreyer en esta película es la fantástica ambientación de los valores de la sociedad, más que del aspecto físico y material, llegando a hacernos ver Ann como una endemoniada. La primera, de las grandes películas sonoras de Dreyer, nos muestra una técnica basada en planos secuencia que exigen una perfecta coordinación de escena. Dreyer prescinde bastante de primeros planos y de la contraposición de éstos, haciendo una narración muy natural y cautivadora.

Explota el plano secuencia a lo largo de su filmografía, sin embargo vemos algunas diferencias entre Día de ira y largometrajes anteriores como La pasión de Juana de Arco (1928) o La bruja vampiro (1932), en esta última, donde se hace partícipe del movimiento cinematográfico expresionista alemán. En la primera, Dreyer llevó al extremo el uso de los primeros y primerísimos primeros planos puesto que la trama y las características técnicas del cine mudo lo exigían. Con este recurso, hace rebajar la teatralidad que se suele tachar al cine de los primeros andares.



El cine de Dreyer plasma buena parte de la doctrina del teólogo danés Soren Kierkegaard (1813-1855), opuesto a la teoría dialéctica de Hegel sobre la historia (posterior influencia en Marx), que la considera demasiado sistemática. El filósofo escandinavo defiende el ‘yo’, el interior que uno debe explorar para encontrarse con Dios, y destaca que es necesaria la duda para conservar la fe en Él. La duda de Juana de Arco antes de ir a la hoguera o la duda de los personajes que rodean a Ann en Día de ira, sobre sus pecados.

Y hablando de la duda, hemos de mencionar la obra maestra por excelencia de Dreyer, La palabra (1955). Volviendo a situar un ambiente rural y arraigado a la religión, el director danés critica la perdida de fe de la sociedad. Cuando la fe sea recobrada entonces ocurrirá el milagro, se dice en el largometraje. Como en Día de ira, los diálogos no tienen desperdicio. Sin ánimo de comentar concretamente la película dejo un link sobre una lectura de la película. Ordet está tan cargada de simbolismo que se pueden hacer múltiples lecturas, pero ésta me parece muy acertada.

Dreyer es pasado por una cuestión coyuntural, sin embargo también es presente, porque su estilo y su contenido han hecho de él un referente del cine escandinavo. Su influencia ha traspasado los años, desde Ingmar Bergman hasta los referentes cinematográficos daneses actuales como Lars von Trier o Thomas Vinterberg. En el caso de Bergman encontramos dicha influencia en aspectos más técnicos, como la ambientación, la iluminación o el ritmo. En cambio vemos que Bergman llega a ser mucho más introspectivo en sus personajes que Dreyer. Por lo que hace a las nuevas (relativamente) generaciones de cineastas daneses, tenemos en von Trier el caso paradigmático, sobretodo en cuanto a la visión y a la concepción moral que reflejan sus películas. Así encontramos en Rompiendo las olas (1995), el hecho milagroso de La palabra con las campanas finales; mientras que en Dogville (2003), von Trier reflexiona sobre valores como la clemencia o la culpa, igual que su compatriota, en un ambiente que a servidor le recordó otro clásico escandinavo, la obra teatral Un enemigo del pueblo (1882) de Ibsen.


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